Querido psicópata,
Apareces con una nueva historia absurda e incoherente como tantas otras para acreditar otro desplante, incumplir una promesa o quizás echar por tierra una ilusión.
En segundos, el asombro y la decepción invaden mi cuerpo, y mi mente, alentada por ese instinto de supervivencia que presiente peligrar mi equilibrio, busca a la desesperada la manera de mitigar el dolor que provocas, justificando lo injustificable, disfrazando de verdad unas palabras que evidencian mentira.
La máquina de mis pensamientos se dispara. Quiero pararla, pero no se detiene. El bullir de ideas me atormenta. Entre ellas busco aquélla que me consuele. Necesito encontrar una razón que te disculpe porque no puedo, no quiero creerte capaz de tanto ninguneo.
Apenas unos segundos. De entre todas mis cavilaciones me quedo con la que más me conviene. Respiro un momento. Estoy sin aire. Vuelvo a poner en orden los latidos de mi corazón hasta ahora desbocado. Parece que la ansiedad disminuye. Parece que te creo… Dos, tres, uno..., y todo vuelve a empezar. La espiral de pensamientos inconexos y desordenados me atrapan y traen de nuevo a la realidad. Esa de la ya no estoy segura. ¿Hay alguna verdad en tus palabras? Me parecen tan ilógicas..., y eso lo hace todo más humillante. Pero, ¿por qué no? ¿por qué querrías mentirme? ¿Por qué quiero complicarlo siempre todo tanto? Pero lo pienso y es todo un sinsentido porque contigo nada lo tiene. Entro de nuevo en bucle. Recurro a la memoria para recordar las palabras exactas. El momento. La situación. La forma. El tono... Todo. Analizo la historia. Disparatada… Si fuera la primera vez..., pero no lo es y eso te desacredita... Pero esta vez podría ser, ¿por qué no? Busco y busco, pero no hallo dónde agarrarme para evitar la caída al pozo al que me has lanzado.
Necesito pasar a la acción y sé que será a costa de mi dignidad y a sabiendas de la elevada factura que pasará el arrepentimiento. No me importa nada. Ni la autoestima que de nuevo tendré que recomponer ni el amor propio que deberé recuperar... Y allá voy, como un sabueso detective en busca de esa prueba que demuestre tu inocencia. Te escribo, te llamo, te busco, te espío, te sigo, me escondo, huyo y me lamento, pero no encuentro nada. Ni verdades ni mentiras. Ni pruebas ni errores. Ni nada que lo justifique. Solo un mar infinito de posibilidades y supuestos que no hacen más que enfangar mi realidad. ¿Qué es verdad y qué es mentira? Suplico saberlo.
Me acusas de estar loca y yo, avergonzada, empiezo a creerlo. De lo contrario, ¿cómo entender tanta enajenación?
Solo queda rendirme de nuevo ante tí, esperar tu compasión y que seas sincero y me regales la explicación que necesito. Esa que no llegará, porque disfrutas con mi desvarío.
Un asalto más vencida, confusa, desestabilizada, desordenada, vulnerable, indefensa, insegura, inestable, debilitada, sola. Con el alma más vacía. Como tú me quieres, sin autoridad, completamente a tu merced.
Y ya no recuerdo la historia que me contaste ni el motivo que la llevó a mi. Todo queda empañado por mi locura y ahora eres tú el ofendido...
Y de todo esto... ¿Qué es verdad y qué es mentira? Solo tú lo sabes.
Hasta siempre o hasta nunca.