Tres días antes de la cita...
Día 1
Tomo la decisión de no sucumbir y correr a tu encuentro. Pero muero por verte. Me recreo e idealizo el momento. Pienso en ti. En tu mirada y en tu embriagadora sonrisa. En todo ese despliegue de encantos que has preparado para activar mi adicción. Pienso en las mil y una mentiras que me dirás. En las mil y una excusas que me darás... Lucho. Recuerdo las humillaciones y traiciones de estos últimos meses en los que te he buscado y no has estado. Se apodera de mí una ira que también debo controlar. Y pienso que no lo merezco. Me agarro a ello y permanezco quieta.
Día 2
No sé nada de ti. Sé que tu silencio es intencionado. Sabes que eso es lo que más me debilita. Duele, y me alegro porque con ello me das la razón, tan obvia siempre y tan efímera cuando no quiero verla. Me agarro a ella y con ella reúno fuerzas para seguir firme. No debería ser así. Debería ser suficiente hacerlo por amor propio, pero hasta para rechazarte te necesito. Tomo consciencia de mi gran dependencia.
Envuelta en la duda, rezo para que no aparezcas, pero hasta en eso me traicionas. Cambias la estrategia que no te ha funcionado y apareces en el último momento. Me escribes encantador, me desconciertas unos segundos, pero detecto tu maniobra de manipulación. Dices que me echas mucho de menos y que estarás esperándome para darme los miles de besos que tanto ansías… Qué difícil me lo pones...
Día 3
Y aun así permanezco quieta, en silencio. Tus intenciones no merecen otra cosa. No vuelves a decir nada. Pasan las horas y nada... El pulso está echado. Permaneces callado porque reconocer tus errores y pedir perdón no entra en tus planes. Sigues esperando convencido de que no seré capaz de fallarte… A pocas horas de esa cita, aún dudo, pero me agarro a ese silencio tuyo que demuestra lo perverso que puedes llegar a ser.
Y llega la hora… No he ido. Ni un mensaje tuyo. Ni siquiera para preguntar si me ha pasado algo, porque sabes de sobra lo que ha pasado.
Por momentos me siento bien. Empoderada. Segura. Orgullosa de mi fortaleza, de haber sido capaz de hacerte frente, de plantarte cara, aunque sea en la distancia; en este alejado terreno en el que no puedes vencerme.
Y aun así sigo teniendo miedo. Miedo al mañana, al largo silencio con el que me castigarás. ¿Cómo superaré mi abstinencia? Ese será el próximo reto.
Día 4. El día después.
No sé nada de ti. Era de esperar. El castigo prometía ser duro. Y es difícil. Me invade la ira y la pena. Ira por tu maldad, por la injusticia. Pena al comprobar la mentira. Me siento tan estafada…
Va a ser difícil estar quieta…, lo sé. Pero debo hacerlo, si no, todo esto no serviría para nada…
Hasta siempre, o hasta nunca.
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