domingo, 4 de julio de 2021

Carta IX. Mi confusa realidad por culpa de tus mentiras.


Querido psicópata, 


Apareces con una nueva historia absurda e incoherente como tantas otras para acreditar otro desplante, incumplir una promesa o quizás echar por tierra una ilusión.

En segundos, el asombro y la decepción invaden mi cuerpo, y mi mente, alentada por ese instinto de supervivencia que presiente peligrar mi equilibrio, busca a la desesperada la manera de mitigar el dolor que provocas, justificando lo injustificable, disfrazando de verdad unas palabras que evidencian mentira. 

La máquina de mis pensamientos se dispara. Quiero pararla, pero no se detiene. El bullir de ideas me atormenta. Entre ellas busco aquélla que me consuele. Necesito encontrar una razón que te disculpe porque no puedo, no quiero creerte capaz de tanto ninguneo.

Apenas unos segundos. De entre todas mis cavilaciones me quedo con la que más me conviene. Respiro un momento. Estoy sin aire. Vuelvo a poner en orden los latidos de mi corazón hasta ahora desbocado. Parece que la ansiedad disminuye. Parece que te creo… Dos, tres, uno..., y todo vuelve a empezar. La espiral de pensamientos inconexos y desordenados me atrapan y traen de nuevo a la realidad. Esa de la ya no estoy segura. ¿Hay alguna verdad en tus palabras? Me parecen tan ilógicas..., y eso lo hace todo más humillante. Pero, ¿por qué no? ¿por qué querrías mentirme? ¿Por qué quiero complicarlo siempre todo tanto? Pero lo pienso y es todo un sinsentido porque contigo nada lo tiene. Entro de nuevo en bucle. Recurro a la memoria para recordar las palabras exactas. El momento. La situación. La forma. El tono... Todo. Analizo la historia. Disparatada… Si fuera la primera vez..., pero no lo es y eso te desacredita... Pero esta vez podría ser, ¿por qué no? Busco y busco, pero no hallo dónde agarrarme para evitar la caída al pozo al que me has lanzado. 

Necesito pasar a la acción y sé que será a costa de mi dignidad y a sabiendas de la elevada factura que pasará el arrepentimiento. No me importa nada. Ni la autoestima que de nuevo tendré que recomponer ni el amor propio que deberé recuperar... Y allá voy, como un sabueso detective en busca de esa prueba que demuestre tu inocencia. Te escribo, te llamo, te busco, te espío, te sigo, me escondo, huyo y me lamento, pero no encuentro nada. Ni verdades ni mentiras. Ni pruebas ni errores. Ni nada que lo justifique. Solo un mar infinito de posibilidades y supuestos que no hacen más que enfangar mi realidad. ¿Qué es verdad y qué es mentira? Suplico saberlo. 

Me acusas de estar loca y yo, avergonzada, empiezo a creerlo. De lo contrario, ¿cómo entender tanta enajenación? 

Solo queda rendirme de nuevo ante tí, esperar tu compasión y que seas sincero y me regales la explicación que necesito. Esa  que no llegará, porque disfrutas con mi desvarío. 

Un asalto más vencida, confusa, desestabilizada, desordenada, vulnerable, indefensa, insegura, inestable, debilitada, sola. Con el alma más vacía. Como tú me quieres, sin autoridad, completamente a tu merced.

Y ya no recuerdo la historia que me contaste ni el motivo que la llevó a mi. Todo queda empañado por mi locura y ahora eres tú el ofendido... 

Y de todo esto... ¿Qué es verdad y qué es mentira? Solo tú lo sabes.

Hasta siempre o hasta nunca.

lunes, 5 de abril de 2021

Carta VIII. Venganzas y humillaciones del psicópata; cuando la depredación se acelera.

 


Querido psicópata,
 
Hemos estado meses distanciados en los que yo, de alguna manera, esperaba un esmerado regreso tuyo pero no ha sido así. 

Esta vez has roto tu maquiavélico silencio y has vuelto otorgándome apenas unas migajas de atención. No has necesitado más. La tortura infligida había hecho su función. El dolor causado me había quebrado y sabías que estaría receptiva. 

Empecé a dudar de tu condición. Creo que la disonancia cognitiva me jugó una mala pasada y empecé a creer que era yo la que estaba equivocada e incluso, que era yo la psicópata. ¿Cómo no iba a ser verdadero tu amor si a pesar de mis numerosos enfados continuabas a mi lado? Bastaba un arrepentimiento mío para que me perdonaras. Bastaba con que admitiera que era una exagerada y me había enfadado sin motivo aparente para que me premiaras con un te quiero. Yo renunciaba a mi verdad con tal de tenerte. Es curioso cómo a pesar de todo el conocimiento que tengo de éste tu trastorno sigo dudando de mí misma.

Habías regresado y eso es lo único que me importaba. Los días pasaban y la comunicación fluía, lenta pero segura, ganándote poco a poco de nuevo mi confianza. Yo dudaba, recelosa mantenía una discreta distancia no solo física sino también emocional. No me fiaba, pero el refuerzo intermitente empezó a debilitar mis defensas. Las migajas de atención que me ofrecías aumentaban mi adicción. Sin saber cómo, empecé a necesitar cada día más de tu presencia. Bajé la guardia y por fin cedí.

Y así llegó el día en que ejecutarías tu venganza. La última vez que quedamos, cansada de tus desplantes, desaires y mentiras, ese día, decidí no acudir a la cita. Después siguieron varias ocasiones en que evité quedar contigo. Fui mala, tal y como tú me acusaste, y no podías permitir esa resistencia. Necesitabas infligirme el castigo que según tú merecía, y reconducirme por el camino correcto, el de la sumisión.

Solícito, encantador, embaucador, manifestabas necesidad por verme. Había pasado mucho tiempo desde la última vez y lo necesitabas, como la vida misma, como el aire que respiras, no podías pensar en otra cosa.

Evocabas un bonito reencuentro. Me imaginabas preciosa como siempre. Te mostrabas ansioso. Ilusionado y lleno de deseo. Sin saberlo, todos esos sentimientos sin sentido y vacíos en ti empezaron a crecer y echar raíces de nuevo en mí. Cobraban sentido en mi mente. Y así acepté una cita. Así firmé tu venganza.

Llegó el día. Lo pasé atontada. Imaginaba y recreaba un reencuentro que tú habías diseñado. Hablaríamos como dos viejos amigos que guardan un bonito recuerdo de un pasado juntos y mantienen el cálido cariño de un amor que, al menos para mí, fue verdad.

Preparé el vestido, los zapatos, el perfume y la luz de la ilusión que irradiaba en mi mirada. Todo estaba preparado y apenas media hora antes recibí tu mensaje. ¡No podías venir! Cariño tenemos que aplazar. Empezabas. Un inesperado y banal acontecimiento en las obras de tu casa surgía de la nada y me dejabas tirada. Me explicabas con detalle que quedarías con la arquitecta para entre ambos, encontrar la solución al problema. Pero eso sí, me pedías que no me enfadara y prometías recompensarme.

Mi deseo de no repetir patrones del pasado y evitar un enfado desvió mi atención al convencimiento de que eran cosas que pasaban y que debía ser comprensiva, a pesar de haber pasado por ello millones de veces. No quería tampoco manifestar mi incompresión de quedar a altas horas de la tarde-noche con la arquitecta que tan presente estaba ahora en nuestras conversaciones. Cualquier excusa era ahora buena para hablarme de ella.Te dije que no te preocuparas, que estuvieras tranquilo y que por supuesto, ante todo, solucionaras el problema. Esta vez, mi debilitado amor propio agudizaba mi empatía y se ponían de tu parte. Te daba la victoria pero no te alzaba al pódium deseado.

Esta reacción en calma fue algo inesperado para ti. No obtenías el combustible esperado. Sabías lo que suponía para mí reorganizar mi complicada agenda para dedicarte tiempo y que un plantón a media hora vista, tantas veces en el pasado repetido, como poco provocaría en mí cierto enfado. Pero no fue así.

Ilusa de mí no vi en ese momento que te estaba dando motivos para incrementar tu ira y animarte a repetir la jugada. Mi falta de reacción era tu nueva motivación. Aún tendría que pagar por mis pecados.

Desplegaste todos tus encantos para convencerme de quedar al día siguiente. Dudé muchísimo. Principalmente por la dificultad que implicaba volver a organizarme. Pero tu insistente necesidad de verme me dejó sin argumentos. Un día más lo pasaría aturdida por la excelencia de la ilusión y de las emociones que generaba creerme tus mentiras. De nuevo confiada. Y de nuevo traicionada.

Media hora antes de nuestro encuentro recibí tu mensaje: Me vas a matar, pero de nuevo tenemos que cancelar. Me acaba de llamar la arquitecta y necesita que elijamos la carpintería de las ventanas ahora mismo para no retrasar la obra. No sé exactamente a qué hora va a venir ni cuánto tiempo va a estar en casa. Siento el trastorno que esto te pueda ocasionar. No te enfades demasiado, por favor. Te recompensaré. Lo prometo. Te quiero.

No daba crédito, no podía ser, de nuevo plantada. Dos veces. Dos días seguidos. Dos excusas absurdas. La ilusión por los pies. La autoestima pisoteada… Y me enfadé. Esta vez sí. Habías conseguido tu objetivo.

Mi respuesta: Me parece muy fuerte este otro desplante. ¿No puedes quedar con ella mañana a primera hora de la mañana? ¿Tienes que tratar este tema a esta horas de la noche? ¿Tanto se retrasaría la obra? Como siempre, soy lo último en tu vida. Y eso duele.

Cinco minutos después elimino los mensajes para evitar que los leas y provocar una discusión. Prefiero callarme y replegar mis alas con todo mi disgusto. No soy consciente de lo mucho que he cambiado. De cómo me invade el miedo a un nuevo distanciamiento. De cómo la sombra de tus silencios acecha sobre mi cabeza paralizándome. De cómo rehúyo de mi derecho a defender mi dignidad.

Dos horas después, recibo tu respuesta: He leído los mensajes en mi reloj antes de que los borraras. Te has pasado. Como siempre, solo piensas en ti. ¿Quién te has creído que eres para decirme nada? No tienes ningún derecho. Me ha surgido un imprevisto y ya está. Esto es lo que hay, quedamos otro día y punto.

Alucino. Al final hay bronca. No por tu desplante. Sino porque te ha molestado mi reacción a la que no tengo derecho. Te llamo por teléfono para evitar cruce de mensajes que no van a ninguna parte, y si van, solo llegan a tu terreno. Solo quiero conciliar, pero no me coges el teléfono. Una, dos, tres llamadas. Nada, silencio.

No sé qué pensar. Es tarde y no entiendo por qué no contestas a mis llamadas. Me siento tan humillada. Desquiciada decido escribirte: ¿Acaso es la arquitecta la que te impide coger el teléfono a estas horas? Has conseguido lo que querías… He perdido los papeles.

Respuesta: No, mi padre. Voy a ser claro de nuevo. Solo quiero pasar buenos ratos contigo. No tengo ganas de discusiones y mucho menos de aguantar tus pataletas y tus celos. Si no te parece bien, ya sabes lo que tienes que hacer. Eres tú la que tienes el problema. No yo. Yo soy el que tiene el móvil con mensajes anulados y llamadas perdidas.Yo soy el machacado. Estoy cansado y me voy a dormir. Ya hablaremos.

Y con este mensaje zanjas el tema. Eludes y desvías tu desfachatez, tu mala educación, tu falta de respeto y de responsabilidad, tu mediocridad. Vuelcas sobre mí todas tus miserias. Vuelcas sobre mí toda la culpa. Yo soy, una vez más, la que lo ha hecho mal. No me permites hablar. Cortas la comunicación anulándome. No tengo otra opción que quedarme a la espera de que quieras hablar. Quedo destruida, pisoteada, ninguneada. Apaleada emocionalmente. Te has cobrado tu venganza.

Dos días después aún no sé nada de ti. Estoy siendo castigada por mi atrevimiento al protestar. Decido que no puedo estar a la espera de que quieras hablar conmigo, de recibir una respuesta que no llegará porque es la mejor manera de continuar la tortura. Por fin, decido que ya he tenido bastante, que debo continuar sin ti…, y te bloqueo en la medida de lo posible. Quiero darle una oportunidad a mi maltrecho amor propio.

Apenas diez minutos después llega un mensaje a mi correo electrónico que es la única rendija por donde puedes entrar. Proyectas en mí tu egoísmo, egocentrismo y falta de empatía: Una vez más eres tú la que me bloqueas, sin pararte a pensar que puedo tener problemas. La obra se ha complicado y llevo dos días horribles, por si no había tenido bastante con tus pataletas. Pero no, solo piensas en ti. Eres tú, tú y solo tú. Siempre tú. Pues que te vaya bien. Las películas que te montas en la cabeza son las causantes de estas movidas… Estás loca. Que lo sepas.


SILENCIO

No hay remedio. No hay solución. Es imposible.  Hasta nunca.

 

martes, 22 de diciembre de 2020

Carta VII. Las primeras navidades sin el psicópata.

 

Querido psicópata,

 

¡Te escribo para desear-ME Feliz Navidad y Próspero Año Nuevo!

 

Estas son las primeras navidades, en mucho tiempo, que disfruto en calma gracias a tu ausencia. Muchas fueron las que pasé sumida en la tristeza porque desaparecías amparándote en una discusión que tú provocabas y de la que a mí me culpabas. Muchas otras otras fueron las que estuve a merced de una montaña rusa de emociones a causa de tus falsas promesas, fingidos deseos de estar a mi lado, disculpas constantes, interminables mentiras con las que justificar lo injustificable: tu falta de tiempo.

 

Ansiedad y frustración, ilusiones hundidas de un manotazo. Ese era el regalo que cada año envolvías y dejabas debajo de mi árbol de Navidad. 

 

Tus mensajes de texto eran constantes, interminables. Repletos de falsos "te quiero", reviviendo ilusiones para inmediatamente después hundirme con decepciones. Así manejabas los hilos de esta marioneta tuya que no hacía otra cosa que echarte de menos y sentirse culpable por ello. Así me enviabas a un abismo y me aislabas del mundo. No me permitía sentir ni penas ni alegrías. Solo soñaba con el momento de volver a verte, ajena a un presente que se me escapaba sin vivirlo.

 

Y mientras tú, desde la distancia, sin renunciar a nada ni a nadie, seguías con tu fiesta, intuyendo y disfrutando mi desdicha, saboreando tu victoria. 

 

Hoy desde aquí y a pesar de todo también quiero felicitarte el Año Nuevo, porque no puedo desearte mal alguno a pesar de tus esfuerzos. Y me alegro por ello, es señal de que poco a poco voy superándote y mejor aún, que no me has cambiado. Espero de corazón que encuentres esa felicidad que tanto anhelas; quizás así, por fin, dejes de buscarla destruyendo a otras víctimas. Ojalá. 

 

No fui culpable de lo que me hiciste, pero sí responsable de consentirlo. Afortunadamente ya es pasado. Ahora me responsabilizo de vivir mi presente. De reconstruir mi autoestima. De volver a quererme. De resurgir al mundo. De rodearme y disfrutar de amigos y familiares. De volver a sonreír, con esperanza y alegría. De llenar mi árbol de Navidad de ilusión, sueños y proyectos.

 

Hasta siempre o hasta nunca.

 



 

sábado, 12 de diciembre de 2020

Un caso real. Carta del psicópata a su víctima.


Tras no acudir a la cita con el psicópata y sufrir el silencio de éste durante días, la víctima, dolida por la incomprensión y debilitada por la abstinencia, rompe su silencio para explicarle a su verdugo los motivos por los que no acudió al encuentro, entre los que se encontraba las humillaciones y desprecios sufridos en los últimos meses y por su puesto, le acusa de ser un manipulador que juega con sus sentimientos y por su puesto, de no quererla. 

La respuesta de éste no se hace esperar y, a pesar de la sutileza, es devastadora para la víctima.  


Carta del psicópata a su víctima

No soy así por mucho que quieras pensarlo. Sí me sentó mal el plantón, pero más porque no entendí esa actitud, no va conmigo mucho. Pero no me enfadé. De veras, simplemente no quería malos rollos.

Y no soy así en general y ni mucho menos contigo. Persona a la que quiero y de la que tengo unos recuerdos imborrables y que ha sido una parte importante de mi vida. Ni de coña.

De veras voy a intentar ser claro. No me apetece estar de historias todo el rato. De verdad. Quiero más que nunca las cosas fáciles. Y no es que tengan que ser como yo diga, noooo. Simplemente sé lo que no me apetece, sin más. Y entre tú y yo también sé y sabemos lo que no puede ser. 

Me gustas mucho. Y me atraes mucho. Sé de sobra que no podemos tener una relación romántica al uso. Pero sí pasarlo bien juntos de vez en cuando. Encontrarnos. Ver qué tal. Contarnos. Hacer el amor porque lo adoro contigo. Contar con el otro si se necesita. Pero sabiendo en todo momento que de veras tú eres importante para mí, que te quiero. Y basta de no me ha dicho, de qué piensa, de pasa de mi..., no sé, de verdad que no. Sólo relax. Si necesitas o apetece algo de mí, dime tan solo. Igual que hago yo contigo. Dime, ¿cuántas veces me he enfadado yo desde nuestro reencuentro? Cero. Y te estoy diciendo lo mismo que te dije entonces. Cosas fáciles y disfrutar. Yo tengo claro lo que siento y sentiré por ti y lo que puede haber. Sin más. 

De veras no quiero enfados. Mira, muy claro, por eso las mayúsculas: SI ESTO NO TE CONVENCE O NO TE ATRAE O TE ENFADA O TE FRUSTRA O NO TE APETECE, DÍMELO Y YA ESTÁ, no vamos por el mismo camino y ya está. Buen rollo. Hablaríamos de vez en cuando porque insisto en que nunca voy a dejar de sentir lo que siento por ti, pero sabría que no puede ser. Pero no es que te eche culpa ni nada. Que no, que no quiero historias. Pero yo no me estoy enfadando. Eres tú la que lo está, y entonces debes ver si te compensa o no. 

De veras, sin más. Es que quiero las cosas fáciles, sin tensión. Por ejemplo, en verano, fuiste tú la que me dijiste que estabas muy nerviosa y que nos veíamos tras él. Y yo dije: vale, estate tranquila, y es que lo pienso. Luego nos reencontramos y contamos. Sin más. Pero si cambiaste de opinión, que lo haces mucho en plan picos, pues dime y ya está, intentamos vernos.

Pero no guerra e insultos y patatín. De veras, no quiero eso, no me apetece.

Así que de veras, te quiero. Y me encantaría seguir teniéndonos los ratos que podamos y disfrutar juntos. Pero no quiero malos rollos como este. Ni insultos. Ni culpas. No faltar. Jo, que en cada correo siempre va algún insulto hacia mí. Por favor...

Tú me dirás qué quieres y ver si podemos ir de la mano y si no, de veras cariño y amor siempre. De verdad. 

Espero haber sabido explicarme.
Ojalá podamos darnos la mano.

UN BESO

 

martes, 8 de diciembre de 2020

Carta V. A pesar del miedo, permaneceré quieta. Parte II

Tres días antes de la cita...


Día 1
Tomo la decisión de no sucumbir y correr a tu encuentro. Pero muero por verte. Me recreo e idealizo el momento. Pienso en ti. En tu mirada y en tu embriagadora sonrisa. En todo ese despliegue de encantos que has preparado para activar mi adicción. Pienso en las mil y una mentiras que me dirás. En las mil y una excusas que me darás... Lucho. Recuerdo las humillaciones y traiciones de estos últimos meses en los que te he buscado y no has estado. Se apodera de mí una ira que también debo controlar. Y pienso que no lo merezco. Me agarro a ello y permanezco quieta.
Día 2
No sé nada de ti. Sé que tu silencio es intencionado. Sabes que eso es lo que más me debilita. Duele, y me alegro porque con ello me das la razón, tan obvia siempre y tan efímera cuando no quiero verla. Me agarro a ella y con ella reúno fuerzas para seguir firme. No debería ser así. Debería ser suficiente hacerlo por amor propio, pero hasta para rechazarte te necesito. Tomo consciencia de mi gran dependencia.
Envuelta en la duda, rezo para que no aparezcas, pero hasta en eso me traicionas. Cambias la estrategia que no te ha funcionado y apareces en el último momento. Me escribes encantador, me desconciertas unos segundos, pero detecto tu maniobra de manipulación. Dices que me echas mucho de menos y que estarás esperándome para darme los miles de besos que tanto ansías… Qué difícil me lo pones...
Día 3
Y aun así permanezco quieta, en silencio. Tus intenciones no merecen otra cosa. No vuelves a decir nada. Pasan las horas y nada... El pulso está echado. Permaneces callado porque reconocer tus errores y pedir perdón no entra en tus planes. Sigues esperando convencido de que no seré capaz de fallarte… A pocas horas de esa cita, aún dudo, pero me agarro a ese silencio tuyo que demuestra lo perverso que puedes llegar a ser. 
Y llega la hora… No he ido. Ni un mensaje tuyo. Ni siquiera para preguntar si me ha pasado algo, porque sabes de sobra lo que ha pasado.
Por momentos me siento bien. Empoderada. Segura. Orgullosa de mi fortaleza, de haber sido capaz de hacerte frente, de plantarte cara, aunque sea en la distancia; en este alejado terreno en el que no puedes vencerme.
Y aun así sigo teniendo miedo. Miedo al mañana, al largo silencio con el que me castigarás. ¿Cómo superaré mi abstinencia? Ese será el próximo reto.
Día 4. El día después.
No sé nada de ti. Era de esperar. El castigo prometía ser duro. Y es difícil. Me invade la ira y la pena. Ira por tu maldad, por la injusticia. Pena al comprobar la mentira. Me siento tan estafada…
Va a ser difícil estar quieta…, lo sé. Pero debo hacerlo, si no, todo esto no serviría para nada…
Hasta siempre, o hasta nunca.

martes, 1 de diciembre de 2020

Carta IV. A pesar del miedo a perderte, permaneceré quieta. Parte I.

 

Querido psicópata,

Lo has vuelto a hacer. Has aparecido con tus migajas de amor invitándome a esa cena que prometías inminente y que has pospuesto durante meses. Después de días de silencio, alejamiento, desapariciones y meses de desatenciones, de pronto, ¡tienes ganas de verme! Así, sin más.

Esta vez ni me alegro ni me ilusiono. No me fío. Sé que forma parte de ese refuerzo intermitente que ahora toca. Necesitas poner a prueba tu poder sobre mí. Y tienes incluso la desfachatez de hacerlo sin esforzarte. Un mensaje y quedas a la espera de mi rendición. Después silencio.

Esta vez no hay lovebombing. No estás dispuesto ni al más mínimo derroche de energía. Ni siquiera merezco eso. Humillarme una vez más es lo que persigues. Traicionarme de nuevo, también. Estás convencido de que correré a tus brazos sedienta de atención porque eso es lo que me has negado durante estos últimos meses. Deduces mi actual estado de abstinencia. Sabes que necesito un chute…, y vienes para dármelo y con ello seguir arruinándome la vida.

Lo he pasado mal, lo reconozco, pero gracias a tu reciente ausencia he recuperado un mínimo de energía, suficiente como para querer ser yo misma quien se ponga a prueba. Quiero darle una oportunidad a mi maltratado amor propio y por eso he decidido no acudir a esa cita. Renunciar al que durante meses fue mi sueño y al que, gracias a él, tú has disfrutado torturándome. 

Estoy confusa. No lo niego. La abstinencia me turba. Correría hacia tí pero sé que después sería aún peor, cuando de nuevo te vayas. Ambos sabemos que lo harás para volver cuando tú lo necesites, pero ahora no es el momento de quedarte. No te temblará el pulso para dejarme tirada, necesitada de ti. Perdida y desquiciada. Porque lo que yo sienta, a ti no te importa. Porque yo no te importo. Solo te importas tú.

Estoy insegura. No lo niego. No sé si seré capaz de renunciar a ti. Dudo constantemente. Es mi lucha. Pero esta vez es solo mía.

Tengo miedo. Miedo de perderte. ¿Perderte? ¿Acaso te tengo?

Tengo miedo. Miedo de perderme. Si es que aún no lo he hecho. Y tengo miedo. Miedo de no encontrarme.

Y por eso lo haré. Me enfrentaré a esos miedos. Quiero recuperar mi poder y mi valor, y saber qué se siente. ¿Satisfacción? ¿Seguridad? ¿Paz?... Todo eso que ahora no tengo; que tú te has llevado… ¿Podré volver a ser la de antes, aquélla que te llevaste?. Merece la pena averiguarlo, ¿no crees?

Para comprobarlo solo tengo que NO HACER NADA. Así de fácil. Así de difícil. Estar quieta. En silencio. A la espera de que ataques o te retires. Como la presa del oso que la acecha para devorarla o abandonarla. Mantenerse quieta será lo único que la salve de las fauces de su depredador. El animal perderá el interés en su víctima y se retirará. 


¿Harás tú lo mismo?

Carta III. Óscar al mejor actor

 

 

Querido psicópata,

 

Cada día me das más pereza y sin proponérmelo enfoco hacia mí toda la energía. Perseguir mis sueños, disfrutar mis ilusiones, sentir mi tiempo y vivir mi vida son prioridades que se imponen a tu ausencia.

 

Lejos van quedando las mentiras y las decepciones, los engaños y las desilusiones. Lejos va quedando el amor que te tuve y del que incluso dudo de su existencia en momentos fugaces. Desde la distancia recuerdo incrédula intentado comprender qué me ocurrió. ¿Acaso aquella era yo o simplemente fui la marioneta en la que me convertiste? La manipulación se sucedía componiendo un mundo falso e irreal en el que los personajes, tú y yo, seguíamos un guion que creaste y del que yo participe embriagada y aturdida por tu brebaje.

 

Inmersa en tanta confusión, borracha de lo que creía amor, envuelta en adulaciones y falsas promesas, surgieron en mí momentos de lucidez que se resistían y emergían de mi interior intentando deshacer la tela de araña en la que me habías atrapado. La oscuridad que te invadía, yo la presentía, pero no quise aceptarla. Dolía demasiado. Te disculpaba fingiéndote ingenuo y convirtiéndote en inofensivo. Bromeaba con mis decepciones y le restaba importancia al llanto y al dolor, acusándome de excesiva en cada intento por hacer que nuestra relación funcionara.

 

Qué estúpida debí parecer ante tus ojos aquella vez que como disculpa te regalé una estatuilla del Óscar en homenaje al “Mejor actor”. ¡Cómo nos reímos! Yo restándole importancia al daño, la humillación, el engaño y la manipulación y tú satisfecho sabedor de que te abría el camino para continuar la barbarie y te otorgaba el derecho a seguir abusando de mi rendición. Saboreaste las mieles del éxito y perfeccionaste tu arte. ¡Qué gran oportunidad te di!

 

Por eso entono la “mea culpa”, porque si tú creaste mi personaje yo permití el tuyo. Afortunadamente toda película termina y también le puse “FIN” a la nuestra, aburrida del mismo argumento y cansada de ser siempre yo la víctima.

 

Hasta siempre o hasta nunca.