martes, 22 de diciembre de 2020

Carta VII. Las primeras navidades sin el psicópata.

 

Querido psicópata,

 

¡Te escribo para desear-ME Feliz Navidad y Próspero Año Nuevo!

 

Estas son las primeras navidades, en mucho tiempo, que disfruto en calma gracias a tu ausencia. Muchas fueron las que pasé sumida en la tristeza porque desaparecías amparándote en una discusión que tú provocabas y de la que a mí me culpabas. Muchas otras otras fueron las que estuve a merced de una montaña rusa de emociones a causa de tus falsas promesas, fingidos deseos de estar a mi lado, disculpas constantes, interminables mentiras con las que justificar lo injustificable: tu falta de tiempo.

 

Ansiedad y frustración, ilusiones hundidas de un manotazo. Ese era el regalo que cada año envolvías y dejabas debajo de mi árbol de Navidad. 

 

Tus mensajes de texto eran constantes, interminables. Repletos de falsos "te quiero", reviviendo ilusiones para inmediatamente después hundirme con decepciones. Así manejabas los hilos de esta marioneta tuya que no hacía otra cosa que echarte de menos y sentirse culpable por ello. Así me enviabas a un abismo y me aislabas del mundo. No me permitía sentir ni penas ni alegrías. Solo soñaba con el momento de volver a verte, ajena a un presente que se me escapaba sin vivirlo.

 

Y mientras tú, desde la distancia, sin renunciar a nada ni a nadie, seguías con tu fiesta, intuyendo y disfrutando mi desdicha, saboreando tu victoria. 

 

Hoy desde aquí y a pesar de todo también quiero felicitarte el Año Nuevo, porque no puedo desearte mal alguno a pesar de tus esfuerzos. Y me alegro por ello, es señal de que poco a poco voy superándote y mejor aún, que no me has cambiado. Espero de corazón que encuentres esa felicidad que tanto anhelas; quizás así, por fin, dejes de buscarla destruyendo a otras víctimas. Ojalá. 

 

No fui culpable de lo que me hiciste, pero sí responsable de consentirlo. Afortunadamente ya es pasado. Ahora me responsabilizo de vivir mi presente. De reconstruir mi autoestima. De volver a quererme. De resurgir al mundo. De rodearme y disfrutar de amigos y familiares. De volver a sonreír, con esperanza y alegría. De llenar mi árbol de Navidad de ilusión, sueños y proyectos.

 

Hasta siempre o hasta nunca.

 



 

sábado, 12 de diciembre de 2020

Un caso real. Carta del psicópata a su víctima.


Tras no acudir a la cita con el psicópata y sufrir el silencio de éste durante días, la víctima, dolida por la incomprensión y debilitada por la abstinencia, rompe su silencio para explicarle a su verdugo los motivos por los que no acudió al encuentro, entre los que se encontraba las humillaciones y desprecios sufridos en los últimos meses y por su puesto, le acusa de ser un manipulador que juega con sus sentimientos y por su puesto, de no quererla. 

La respuesta de éste no se hace esperar y, a pesar de la sutileza, es devastadora para la víctima.  


Carta del psicópata a su víctima

No soy así por mucho que quieras pensarlo. Sí me sentó mal el plantón, pero más porque no entendí esa actitud, no va conmigo mucho. Pero no me enfadé. De veras, simplemente no quería malos rollos.

Y no soy así en general y ni mucho menos contigo. Persona a la que quiero y de la que tengo unos recuerdos imborrables y que ha sido una parte importante de mi vida. Ni de coña.

De veras voy a intentar ser claro. No me apetece estar de historias todo el rato. De verdad. Quiero más que nunca las cosas fáciles. Y no es que tengan que ser como yo diga, noooo. Simplemente sé lo que no me apetece, sin más. Y entre tú y yo también sé y sabemos lo que no puede ser. 

Me gustas mucho. Y me atraes mucho. Sé de sobra que no podemos tener una relación romántica al uso. Pero sí pasarlo bien juntos de vez en cuando. Encontrarnos. Ver qué tal. Contarnos. Hacer el amor porque lo adoro contigo. Contar con el otro si se necesita. Pero sabiendo en todo momento que de veras tú eres importante para mí, que te quiero. Y basta de no me ha dicho, de qué piensa, de pasa de mi..., no sé, de verdad que no. Sólo relax. Si necesitas o apetece algo de mí, dime tan solo. Igual que hago yo contigo. Dime, ¿cuántas veces me he enfadado yo desde nuestro reencuentro? Cero. Y te estoy diciendo lo mismo que te dije entonces. Cosas fáciles y disfrutar. Yo tengo claro lo que siento y sentiré por ti y lo que puede haber. Sin más. 

De veras no quiero enfados. Mira, muy claro, por eso las mayúsculas: SI ESTO NO TE CONVENCE O NO TE ATRAE O TE ENFADA O TE FRUSTRA O NO TE APETECE, DÍMELO Y YA ESTÁ, no vamos por el mismo camino y ya está. Buen rollo. Hablaríamos de vez en cuando porque insisto en que nunca voy a dejar de sentir lo que siento por ti, pero sabría que no puede ser. Pero no es que te eche culpa ni nada. Que no, que no quiero historias. Pero yo no me estoy enfadando. Eres tú la que lo está, y entonces debes ver si te compensa o no. 

De veras, sin más. Es que quiero las cosas fáciles, sin tensión. Por ejemplo, en verano, fuiste tú la que me dijiste que estabas muy nerviosa y que nos veíamos tras él. Y yo dije: vale, estate tranquila, y es que lo pienso. Luego nos reencontramos y contamos. Sin más. Pero si cambiaste de opinión, que lo haces mucho en plan picos, pues dime y ya está, intentamos vernos.

Pero no guerra e insultos y patatín. De veras, no quiero eso, no me apetece.

Así que de veras, te quiero. Y me encantaría seguir teniéndonos los ratos que podamos y disfrutar juntos. Pero no quiero malos rollos como este. Ni insultos. Ni culpas. No faltar. Jo, que en cada correo siempre va algún insulto hacia mí. Por favor...

Tú me dirás qué quieres y ver si podemos ir de la mano y si no, de veras cariño y amor siempre. De verdad. 

Espero haber sabido explicarme.
Ojalá podamos darnos la mano.

UN BESO

 

martes, 8 de diciembre de 2020

Carta V. A pesar del miedo, permaneceré quieta. Parte II

Tres días antes de la cita...


Día 1
Tomo la decisión de no sucumbir y correr a tu encuentro. Pero muero por verte. Me recreo e idealizo el momento. Pienso en ti. En tu mirada y en tu embriagadora sonrisa. En todo ese despliegue de encantos que has preparado para activar mi adicción. Pienso en las mil y una mentiras que me dirás. En las mil y una excusas que me darás... Lucho. Recuerdo las humillaciones y traiciones de estos últimos meses en los que te he buscado y no has estado. Se apodera de mí una ira que también debo controlar. Y pienso que no lo merezco. Me agarro a ello y permanezco quieta.
Día 2
No sé nada de ti. Sé que tu silencio es intencionado. Sabes que eso es lo que más me debilita. Duele, y me alegro porque con ello me das la razón, tan obvia siempre y tan efímera cuando no quiero verla. Me agarro a ella y con ella reúno fuerzas para seguir firme. No debería ser así. Debería ser suficiente hacerlo por amor propio, pero hasta para rechazarte te necesito. Tomo consciencia de mi gran dependencia.
Envuelta en la duda, rezo para que no aparezcas, pero hasta en eso me traicionas. Cambias la estrategia que no te ha funcionado y apareces en el último momento. Me escribes encantador, me desconciertas unos segundos, pero detecto tu maniobra de manipulación. Dices que me echas mucho de menos y que estarás esperándome para darme los miles de besos que tanto ansías… Qué difícil me lo pones...
Día 3
Y aun así permanezco quieta, en silencio. Tus intenciones no merecen otra cosa. No vuelves a decir nada. Pasan las horas y nada... El pulso está echado. Permaneces callado porque reconocer tus errores y pedir perdón no entra en tus planes. Sigues esperando convencido de que no seré capaz de fallarte… A pocas horas de esa cita, aún dudo, pero me agarro a ese silencio tuyo que demuestra lo perverso que puedes llegar a ser. 
Y llega la hora… No he ido. Ni un mensaje tuyo. Ni siquiera para preguntar si me ha pasado algo, porque sabes de sobra lo que ha pasado.
Por momentos me siento bien. Empoderada. Segura. Orgullosa de mi fortaleza, de haber sido capaz de hacerte frente, de plantarte cara, aunque sea en la distancia; en este alejado terreno en el que no puedes vencerme.
Y aun así sigo teniendo miedo. Miedo al mañana, al largo silencio con el que me castigarás. ¿Cómo superaré mi abstinencia? Ese será el próximo reto.
Día 4. El día después.
No sé nada de ti. Era de esperar. El castigo prometía ser duro. Y es difícil. Me invade la ira y la pena. Ira por tu maldad, por la injusticia. Pena al comprobar la mentira. Me siento tan estafada…
Va a ser difícil estar quieta…, lo sé. Pero debo hacerlo, si no, todo esto no serviría para nada…
Hasta siempre, o hasta nunca.

martes, 1 de diciembre de 2020

Carta IV. A pesar del miedo a perderte, permaneceré quieta. Parte I.

 

Querido psicópata,

Lo has vuelto a hacer. Has aparecido con tus migajas de amor invitándome a esa cena que prometías inminente y que has pospuesto durante meses. Después de días de silencio, alejamiento, desapariciones y meses de desatenciones, de pronto, ¡tienes ganas de verme! Así, sin más.

Esta vez ni me alegro ni me ilusiono. No me fío. Sé que forma parte de ese refuerzo intermitente que ahora toca. Necesitas poner a prueba tu poder sobre mí. Y tienes incluso la desfachatez de hacerlo sin esforzarte. Un mensaje y quedas a la espera de mi rendición. Después silencio.

Esta vez no hay lovebombing. No estás dispuesto ni al más mínimo derroche de energía. Ni siquiera merezco eso. Humillarme una vez más es lo que persigues. Traicionarme de nuevo, también. Estás convencido de que correré a tus brazos sedienta de atención porque eso es lo que me has negado durante estos últimos meses. Deduces mi actual estado de abstinencia. Sabes que necesito un chute…, y vienes para dármelo y con ello seguir arruinándome la vida.

Lo he pasado mal, lo reconozco, pero gracias a tu reciente ausencia he recuperado un mínimo de energía, suficiente como para querer ser yo misma quien se ponga a prueba. Quiero darle una oportunidad a mi maltratado amor propio y por eso he decidido no acudir a esa cita. Renunciar al que durante meses fue mi sueño y al que, gracias a él, tú has disfrutado torturándome. 

Estoy confusa. No lo niego. La abstinencia me turba. Correría hacia tí pero sé que después sería aún peor, cuando de nuevo te vayas. Ambos sabemos que lo harás para volver cuando tú lo necesites, pero ahora no es el momento de quedarte. No te temblará el pulso para dejarme tirada, necesitada de ti. Perdida y desquiciada. Porque lo que yo sienta, a ti no te importa. Porque yo no te importo. Solo te importas tú.

Estoy insegura. No lo niego. No sé si seré capaz de renunciar a ti. Dudo constantemente. Es mi lucha. Pero esta vez es solo mía.

Tengo miedo. Miedo de perderte. ¿Perderte? ¿Acaso te tengo?

Tengo miedo. Miedo de perderme. Si es que aún no lo he hecho. Y tengo miedo. Miedo de no encontrarme.

Y por eso lo haré. Me enfrentaré a esos miedos. Quiero recuperar mi poder y mi valor, y saber qué se siente. ¿Satisfacción? ¿Seguridad? ¿Paz?... Todo eso que ahora no tengo; que tú te has llevado… ¿Podré volver a ser la de antes, aquélla que te llevaste?. Merece la pena averiguarlo, ¿no crees?

Para comprobarlo solo tengo que NO HACER NADA. Así de fácil. Así de difícil. Estar quieta. En silencio. A la espera de que ataques o te retires. Como la presa del oso que la acecha para devorarla o abandonarla. Mantenerse quieta será lo único que la salve de las fauces de su depredador. El animal perderá el interés en su víctima y se retirará. 


¿Harás tú lo mismo?

Carta III. Óscar al mejor actor

 

 

Querido psicópata,

 

Cada día me das más pereza y sin proponérmelo enfoco hacia mí toda la energía. Perseguir mis sueños, disfrutar mis ilusiones, sentir mi tiempo y vivir mi vida son prioridades que se imponen a tu ausencia.

 

Lejos van quedando las mentiras y las decepciones, los engaños y las desilusiones. Lejos va quedando el amor que te tuve y del que incluso dudo de su existencia en momentos fugaces. Desde la distancia recuerdo incrédula intentado comprender qué me ocurrió. ¿Acaso aquella era yo o simplemente fui la marioneta en la que me convertiste? La manipulación se sucedía componiendo un mundo falso e irreal en el que los personajes, tú y yo, seguíamos un guion que creaste y del que yo participe embriagada y aturdida por tu brebaje.

 

Inmersa en tanta confusión, borracha de lo que creía amor, envuelta en adulaciones y falsas promesas, surgieron en mí momentos de lucidez que se resistían y emergían de mi interior intentando deshacer la tela de araña en la que me habías atrapado. La oscuridad que te invadía, yo la presentía, pero no quise aceptarla. Dolía demasiado. Te disculpaba fingiéndote ingenuo y convirtiéndote en inofensivo. Bromeaba con mis decepciones y le restaba importancia al llanto y al dolor, acusándome de excesiva en cada intento por hacer que nuestra relación funcionara.

 

Qué estúpida debí parecer ante tus ojos aquella vez que como disculpa te regalé una estatuilla del Óscar en homenaje al “Mejor actor”. ¡Cómo nos reímos! Yo restándole importancia al daño, la humillación, el engaño y la manipulación y tú satisfecho sabedor de que te abría el camino para continuar la barbarie y te otorgaba el derecho a seguir abusando de mi rendición. Saboreaste las mieles del éxito y perfeccionaste tu arte. ¡Qué gran oportunidad te di!

 

Por eso entono la “mea culpa”, porque si tú creaste mi personaje yo permití el tuyo. Afortunadamente toda película termina y también le puse “FIN” a la nuestra, aburrida del mismo argumento y cansada de ser siempre yo la víctima.

 

Hasta siempre o hasta nunca.